viernes, 31 de julio de 2009

Umoja, aldea de mujeres

NICOLE THIBON


Es la historia de una mujer, Rebecca Lolosoli, y de una aldea, Umoja, una success story de las que gustan por ser tan escasas y no llegar nunca a la primera página de los periódicos.

Hace unos diez años, unas mujeres de Kenia decidieron abandonar sus hogares y fundar una aldea. Sus motivos no eran faltos de peso. Todas habían sido violadas por soldados ingleses, abandonadas por sus maridos y desterradas de la comunidad según una ley muy común para este tipo de delito que quiere que la culpable sea la víctima. Una vez que la nueva aldea estuvo más o menos construida –un par de docenas de casitas de barro y paja dispuestas en círculo en lo alto de una colina cercana a la Reserva Nacional de Samburu, una región de enorme belleza, aunque más o menos abandonada a causa de la sequía y baja productividad–, las mujeres decidieron que allí jamás un hombre sería admitido y que la aldea se llamaría Umoja, que quiere decir “unidad” en Swahili.

Alentada por este primer éxito, Rebecca recorrió las aldeas de los alrededores para hablar a las mujeres de sus derechos y convencer a las apaleadas de que rehusasen toda relación sexual con un marido violento o polígamo. “Las mujeres han de exigir primero su derecho. El respeto vendrá después.” Refugio para las azotadas y lugar de asesoramiento para viudas sin recursos, la aldea da también cobijo a las que, como una niña de trece años, sobrina de la misma Rebecca, deben unirse en matrimonio con un hombre tres veces más viejo. En esta aldea, prohíbida a los hombres, no hay escisión para las pequeñas, no se las casa con viejos y los muchachos ayudan a las mujeres en el trabajo. Hoy, medio centenar de mujeres con sus 150 hijos viven y trabajan en Umoja. Emocionante resultado de la inteligencia, del coraje y de la determinación, aquello que no era sino un refugio de mujeres que comenzaban de cero se convirtió rápidamente en un lugar económicamente viable, próspero, pacífico y, si no temiéramos la palabra, feliz.

La región, una de las más espléndidas de Kenia, está surcada todo el año por autocares cargados de turistas que, empuñando las cámaras, llegan ávidos de artesanía. Las mujeres de Umoja comprendieron enseguida el provecho que podían sacarle a esto, y reciben a los turistas en un campamento muy cómodo, les enseña su centro cultural y venden en la tienda artesanal toda la muñequería que producen y que enloquece a los turistas .
Es aquí donde esta bella historia adquiere un carácter francamente cómico. Los maridos rechazados de la aldea cercana decidieron primero atacar. “Cuando los hombres nos arrojaron piedras decidí hacer caso omiso
–cuenta Rebecca–y preguntarles a las mujeres: ‘¿Estáis bien? ¿Vuestros hijos están bien? ¿Vuestras vacas están bien?”. Entonces intentaron crear un pueblo ahí cerca –digamos a distancia de un tiro de piedra– y copiar las recetas económicas de sus ex compañeras. ¡Ay! “En la comunidad de Samburu sigue siendo la mujer quien trabaja. Se despierta temprano, hacia las tres, trabaja todo el día y se acuesta tarde, hacia las 11 de la noche. El hombre duerme cuando y cuanto quiere. Al despertar reclama su desayuno, saca a veces el ganado del establo y se echa a dormir bajo un árbol. El resto del tiempo juega con sus amigos y exige que se le lleve la comida donde se encuentre”. El resultado era previsible y la aldea competidora fue abandonada.

Al haber fracasado en los hechos, el jefe de esta aldea rival, Sebastián Lesinik, intentó defenderse en el terreno de las ideas: “El hombre es la cabeza. La mujer es el cuello. Un hombre no puede recibir consejo de su cuello… Una mujer no es nada en nuestra comunidad. No tienen la posibilidad de contestar a los hombres o de hablar frente a ellos, tengan o no razón”. Y luego, con filosófica resignación: “Ella está cuestionando lo más profundo de nuestra cultura. Ese parece ser el asunto en estos tiempos modernos… las mujeres que causan problemas como Rebecca.” Pero las cosas tampoco resultan fáciles en el terreno de las ideas. Es así que otros grupos lograron presentar en el parlamento de Kenia proyectos de ley que prohíben los matrimonios abusivos y la mutilación genital y condenan la violación.
Centenares de mujeres viudas de maridos víctimas del sida se agrupan en torno de Margaret Auma Odhiambo, otra heroína que las defiende. En la vecina Uganda, miles de mujeres luchan contra la poligamia, fuente incontrolada para la propagación del sida. En el parlamento de Ruanda, país mártir de un genocidio con 800.000 víctimas, las mujeres ostentan hoy el 49% de los escaños. En Níger, las mujeres luchan por entrar en la política y piden la posibilidad de presentarse en las presidenciales: “Los hombres no han sabido gobernar correctamente este país”, explican.

Sin dudas, queda mucho camino por hacer, aunque sea en Derecho consuetudinario. En este continente tan paradójico, las africanas proveen el 70% de la producción de alimentos, pero no disponen de ningún derecho a bienes raíces, prerrogativa de los hombres. En Zambia, la mayor parte de las viudas tiene vedado el acceso a las tierras de familia. En Swazilandia, las mujeres no pueden ser propietarias de tierras por ser menores ante la ley. En Kenia, la ley estipula que hombres y mujeres tienen los mismos derechos en cuanto a la herencia, pero cuando un hombre muere sin testamento, lo que suele ser el caso general, la transmisión de la tierra se rige por la ley consuetudinaria del grupo. En la práctica, estima un estudio de Naciones Unidas, las mujeres no tienen ningún derecho en cuestiones de herencia.
“Estamos al principio de algo importante para las mujeres de África”, dijo Margaret Auma Odhiambo, de Kenia.
¡Insh’ Alá!

Nicole Thibon es periodista.

miércoles, 15 de julio de 2009

La carta de Laura












Este año, el grupo de tierras colectivas espera una buena cosecha. Tenemos muchas cosas que celebrar, pues se cumple un año justo desde los comienzos de las andanzas de los Patatas, como nos llamamos entre nosotros. Entonces recogimos escanda juntas y nos encontramos a gusto trabajando en equipo, nos ilusionamos unas a otras con la idea de colectivizar las tierras y llevarlas entre todas, y nos lanzamos a cultivar. Tenemos tres tierras, una en Riosa y dos en Lena, en las que hemos plantado escanda, maiz y fabas, y patatas. Somos unas 18 personas aunque a veces nos resulta complicado coincidir en los días de trabajo, teniendo en cuenta que el tiempo no siempre es propicio y cada una lleva una vida diferente. Hemos sembrado, sallado y aporcado alegres bajo el sol. Alquilamos tractores para labrar las tierras y luego sembramos a mano o con un caballo. Las semillas son del grupo Biltar en su mayor parte, algunas de ellas autóctonas y parte de la cosecha se destinará a guardar semilla que revierta de nuevo en Biltar.

Estamos muy contentas, aunque aún no sabemos si el mildiu nos permitirá tener una buena cosecha de patatas, o si los pájaros o el melandru atacarán nuestro maizal. Ha sido un buen año y hemos conseguido cultivar, que era lo que queríamos, tierras colectivas.

En Asturias existe una tradición muy fuerte de compartir los trabajos agrarios, incluso en algunos lugares concretos no existía propiedad sobre las tierras de cultivo que todos los vecinos trabajaban y cosechaban juntos. También es importante recuperar la escanda, cereal que se cultivaba en la mayoría de las tierras de la zona de Lena y muchos otros concejos, debido a su adaptación al clima frío y a la altitud. Es la variedad de trigo más antigua que se conoce. Actualmente en la zona de Lena se cultiva para consumo familiar de forma ya casi anecdótica, llevando esta circunstancia al progresivo abandono de los molinos y rabiles del concejo, y también al de todas las actividades asociadas a la escanda, incluyendo el pan en sí.

Como decía Susanita, a través de la alimentación y del cultivo de los alimentos que se consumen se puede influir y modificar casi todos los aspectos de esta sociedad, por eso nosotras consideramos que cultivar es revolucionario en sí.

Pero vuelvo a la fiesta... que sí, que estamos superilusionadas con celebrar y queremos compartir toda esta ilusión con vosotras, y también que lo comprendáis. Que entendáis por qué lo hacemos. Y la mejor manera es recogiendo escanda, porque ahí es donde lo sentimos por primera vez.

Entonces, como no sabemos si vamos a ser cinco o quinientas, lo mejor es que entre todas las que vayamos llevemos la comida. Que cada una traiga algo que se pueda compartir. La sidra la ponemos nosotras. No hay demasiada infraestructura en el pueblo, así que espero podamos organizarnos entre todas para estar cómodas. Pueden haceros falta guantes si hay ortigas y está bien tener un cestito o bolsa de tela o mandil para ir metiendo las espigas antes de echarlas al cesto grande, así trabajaremos más cómodas. Las espigas se cogen a mano de una en una o con dos palitos que se llaman mesorias, unidos por una cuerda. Es un trabajo cómodo, fácil, y hay que hacerlo a pleno sol. No olvidéis el sombrero de paja!

Nos gustaría pasar la mañana coyendo el pan, luego comer y por la tarde charlar, conocernos, beber sidra y disfrutar. Sería fantástico que alguna de vosotras compartiera allí con todas su talento musical.

Bueno, entonces os esperamos en Va.l.le Zurea, el último sábado de agosto si hace sol, y si no el siguiente. Si alguien quiere ir y no sabe cómo llegar y no está suscrito al grupo de correo de ramitas, que escriba usando el formulario de la parte de abajo del blog.

Mucha Fertilidad